domingo, 1 de noviembre de 2009

EL MAESTRO Y EL DISCÍPULO

Apéndice II
EL MAESTRO Y EL DISCÍPULO


Ðurante varios años y sin imaginar que por ello se le recordaría en el futuro, el ateniense Evatlo cultivó un sueño: deseaba adiestrar su mente para elaborar alegatos dirigidos a jurados, esto es, adquirir los recursos técnicos de lógica y elocuencia necesarios para convertirse en un equivalente de lo que es hoy un abogado.
En la Grecia de su tiempo ―él lo sabía―, sólo un hombre podía ser su maestro: El filósofos Protágoras. Pero mediaba un problema, por cierto inusitado para el momento: Protágoras cobraba honorarios por sus clases y Evatlo carecía de los medios para costearlas.
EL MAESTRO
Protágoras, como su contemporáneo y maestro Demócrito, nació en Abdera, Tracia, en una fecha sobre la cual discrepan los historiadores. Los consultados no concuerdan si se trató del año 485 o del 480 a. C. Durante buena parte de su vida, amigos y enemigos, cada uno con una entonación y un sentido diferentes, le llamaron por el apodo de Sabiduría.
Cuarenta de los setenta o sesenta y cinco años de su vida los dedicó a recorrer Grecia, Italia Meridional y Sicilia. En ese lapso, se hizo célebre como pensador y como maestro. Varias anécdotas en este último oficio, aparte de sus ideas y de una frase ―El hombre es la medida de todas las cosas—, lo conservan en la memoria humana.
Se le señala, además, como el primer individuo en la historia que recibió dinero por transmitir sus enseñanzas. En este sentido, se dice que exigía cien minas por curso, en cualquiera de las muchas disciplinas que dominaba. También, que concedía a sus discípulos el derecho de establecer el precio de sus lecciones, práctica que por lo visto nació y desapareció con él.
Protágoras fue amigo de los más destacados personajes de su tiempo. Uno de ellos fue Pericles, el político y orador ateniense cuya labor como gobernante alcanzó el brillo que, al período bajo su mando se le considera como el de mayor esplendor en la historia de Grecia. Por tal motivo, su nombre se le confirió al siglo en que le correspondió vivir. Pericles tenía en gran estima a Protágoras y, de vez en cuando, le encomendaba misiones como la que le llevó a Turium, una colonia griega, a la cual viajó con el encargo de elaborar un código, destinado a regir las vidas de sus habitantes.
En el campo de la filosofía, se señala que Protágoras –—por cierto, el primer pensador que adoptó la denominación de sofista—-, inauguró una línea de pensamiento a la que se ha llamado relativismo.
El relativismo no es una doctrina, sino un estado del espíritu que no ha cesado de inspirar el pensamiento literario o filosófico posterior y que ha contado con cultores como Michael de Montaigne, Montesquieu y Friedrich Nietzsche, entre otros. De acuerdo a tal estado del espíritu y dado que la medida de todas las cosas es el hombre, el conocimiento es algo subjetivo que se reduce a las sensaciones. Por lo tanto lo que conocemos de los objetos no es su esencia, sino su apariencia. De esta manera, la verdad no es ni puede presentarse como algo absoluto ni permanente.
La muerte de Protágoras ocurrió el año 410 a. C., cuando el filósofo intento escapar a Sicilia tras ser sorprendido en casa del dramaturgo Eurípides, haciendo leer a Arcágoras —–uno de sus discípulos— el único ejemplar que quedaba de su libro De los dioses. El resto de la edición había sido recogido y quemado en el foro ateniense. En esa obra, Protágoras ponía en duda la existencia de los dioses, desde el mismo primer párrafo: “De los dioses no sabré decir si los hay o no los hay pues son muchas las cosas que prohíben saberlo, ya la oscuridad del asunto, ya la brevedad de la vida del hombre”.
Entre las versiones que corren acerca del modo como Protágoras perdió la vida, la que parece más confiable señala que la embarcación en la que huía naufragó en el mar Tirreno.
EL DISCÍPULO.
De Evatlo sólo pervive el antecedente que permite establecer su nacimiento en Atenas y el relato que lo vincula a Protágoras.
Según se cuenta, Evatlo carecía de dinero para pagar los honorarios que él mismo fijase por las lecciones de Protágoras, pero ideó hacer algo que en la sociedad contemporánea resulta harto común: solicitar un plazo para cancelar su deuda. De esta manera, si Protágoras fue el primero en establecer un precio a sus enseñanzas, Evatlo fue, sin duda, el primero que estudió a crédito.
Para logra esto, le propuso al maestro un convenio aparentemente justo: pagaría la primera mitad de lo convenido al iniciar las clases y la segunda al ganar su primer caso.
Como cabía esperar de alguien acostumbrado a las innovaciones, Protágoras aceptó y, de hecho, cumplió su parte. Pero una vez concluidos los estudios, Evatlo se demora en iniciar su ejercicio profesional y, por consiguiente, en pagar la segunda mitad de su deuda.
Al principio, Protágoras esperó que ello ocurriera, pero un día, en vista de la ya abusiva demora, se sintió burlado y demando a su alumno, en los siguientes términos.
— Si Evatlo pierde este su primer caso, tendrá que pagarme porque así lo habrá decidido el tribunal. Si lo gana, también deberá pagarme, porque así quedó pautado en nuestro convenio.
Con su réplica a la demanda, Evatlo demostró que había asimilado a la perfección cuanto se le había enseñado, pues respondió:
— Si gano el caso, no tengo por qué pagarle a Protágoras, ya que esa es la decisión del tribunal. Si pierdo tampoco debo Pagarle, porque no se habrá cumplido lo establecido en nuestro convenio.
No se tiene noticia acerca de la sentencia, aunque sospechamos que fuese cual fuese el veredicto, Evatlo eludió pagar la segunda mitad de lo que debía.
Como corolario, debo reseñar lo que para muchos historiadores no pasó de ser un chisme, un chisme relatado nada menos que por Aristóteles: según el Estagirita, fue Evatlo quien denunció la presencia de Protágoras en la casa de Eurípides.(1)




(1) SEQUERA, Armando José: Funeral para una mosca, Editorial Debate, Caracas, Venezuela, 2004, pp.51 y ss.

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