jueves, 26 de noviembre de 2009

Apéndice III

ROJAS GUARDIA, Armando.
El Dios de la intemperie.

«“Sí, para el cristianismo, Dios toma radicalmente en serio la Pregunta humana: el dolor, la injusticia, el sufrimiento escandaloso del inocente, la agonía de un niño, los refinamientos de la tortura, la riqueza ostentosa frente al hambre de millones, la muerte del ser amado, los desfallecimientos del amor,  la incapacidad  de coincidir con nosotros mismos, el desamparo de la conciencia… Dios no barniza todo eso, la llaga de la Pregunta humana, con una pintura tranquilizadora, con la ortodoxia cómoda, con el optimismo mágico. Dios, desde Jesús, grita a Dios mismo (a sí mismo) esa Pregunta«.
«Y entonces puede empezar a percibirse y concretarse la única respuesta posible: la de la libertad, es decir, la de las historias. Porque la Resurrección  no nos dice que en Jesucristo Dios arregló por nosotros las cosas, sino que se comprometió hasta el fin con el problema de nuestra existencia. Ese compromiso le dio un sentido a nuestra vida desamparada: el de un amor que ama al otro hasta el límite máximo, hasta compartir totalmente su miseria. Entonces, una esperanza trágica es posible: se “resucita” si uno ama de esa forma, si uno es capaz de bajar hasta el fondo de la Pregunta para compartirla fraternalmente. Esta fraternidad es la única respuesta, la única: ‘Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos’ (1 Jn 3, 13-14). La Resurrección no es una felicidad pospuesta: la fraternidad  es ya la Resurrección«.
«Dios en Jesús, no es el  Todopoderoso, el Omnipotente, el Majestuosos Poder amparador que las religiones conocen (a través de la solemnidad, la vastedad del universo, la belleza, el ámbito numinoso del poder humano). Dios, en Jesús, es el Débil, el Desarmado, el Sufriente tal como lo son las víctimas, los oprimidos, los dolientes, el que comparte con nosotros el tormento de vivir. Hace suya nuestra hambre y nuestra sed: las siente él mismo. De esta forma podemos comprender  que su Espíritu clame desde los pobres, desde los humillados, desde los despreciados, desde los marginados y olvidados, impulsando a que, efectivamente, todos tomemos tan en serio, tan sin mistificaciones, la Pregunta, que tratemos de compartir su llaga. Dios no nos da ningún poder mágico, sino la desamparada fortaleza del amor, por medio de la cual vencemos a la misma muerte al estar dispuestos a ir hacia ella por los hermanos«.
«Es amor, derramado en nuestros corazones por el Espíritu de Dios que se hizo carne llagada, carne nuestra, es el único consuelo. Un amor que es fuente de historia porque se traduce en un intento de construir una casa fraternal para aquel desamparado de los hombres»”.[1]




[1]ROJAS GUARDIA, Armando. El Dios de la intemperie. Editorial Mandala, Caracas, Venezuela, 1985, p. 103 y ss.

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