sábado, 14 de noviembre de 2009

Cuestionario No. 5

El camino breve hacia la virtud


1.- ¿A qué se conoce como helenismo?
2.- ¿Cuáles fueron las manifestaciones más importantes del helenismo?
3.- ¿De donde viene la palabra cínico?
4.- ¿Quién fue el fundador, desde el punto de vista doctrinal, del cinismo?
5.- ¿Qué caracteriza la doctrina cínica?
6.- ¿Cuál es la situación de Atenas ante el surgimiento de esta moral?
7.- ¿Qué es lo esencial para la vida del cínico?


Actividades: 

1.- Responder el cuestionario
2.- Comenta los siguientes párrafos:


Algunas de las escuelas menores  son las Megáricas, cirenaica y cínica.
Característico del pensamiento de muchos megáricos (…) fluye una idea metafísica varias veces combatida por Aristóteles: la de que solamente puede hablarse del ser en tanto que ser actual; de lo potencial  ( o de lo futuro) no puede enunciarse nada. Es fácil ver que esta idea está relacionada con los mencionados  argumentos contra el movimiento. Típica fue su propensión hacia los ejercicios dialécticos y su preferencia por el tratamiento de sutilezas lógicas y semiológicas. Se ha argüido  contra esta propensión que los megáricos dieron origen (o procuraron difusión) a los sofismas tales como los del montón y del calvo, pero hay que tener presente que junto a ellos presentaron  (o propagaron) algunas  importantes paradojas semánticas, como la del  “mentiroso”, al parecer desarrollada por Eubúlides de Mileto.
“Antístenes [el Sócrates loco] (…) es enemigo declarado de la universalidad en cualquier forma, por la otra, niega todo valor al placer si acaso con la excepción de los más sencillos y naturales”[1]

 “El programa de nuestro filósofo se expresa por completo en la célebre frase “busca al hombre” que como se nos narra Diógenes pronunciaba caminando con  una linterna encendida en pleno día, por los sitios más atestados de gente. Con ironía evidente y provocadora, Diógenes quería dar a entender lo siguiente: busco al hombre  que vive de acuerdo con su esencia más auténtica, busco al hombre que, más allá de todas las exterioridades, de todas las convenciones sociales, y más allá de los caprichos de la suerte y la fortuna, sabe encontrar su genuina naturaleza, saber vivir conforme a ella.”[2]

“… Diógenes se  propuso  la tarea de volver a situar ante la vista de los hombres esos fáciles medios  de vida, demostrando que el hombre siempre tiene a su disposición lo que se necesita para se feliz, a condición de que sepa darse cuenta de cuáles son las exigencias reales de su naturaleza.”[3]

Teofrasto cuenta que Diógenes “vio en una ocasión cómo corría un ratón de aquí para allá, sin meta definida (no buscaba un lugar para dormir, no tenía miedo de la oscuridad ni tampoco deseaba algo de lo que corrientemente se considera deseable), y así descubrió el remedio de sus dificultades.”[4]

“Diógenes acostumbraba a hacer todas las cosas a la luz del día, incluso aquellas que se refieren a Deméter y Afrodita”; “durante un banquete, algunos le tiraron los huesos como si fuese un perro; Diógenes se levantó y orinó sobre ellos, como un perro”; “en una ocasión alguien le hizo entrar en una casa suntuosa y le prohibió escupir en el suelo. Entonces Diógenes se aclaró la garganta  desde los más profundo y le escupió en la cara, diciendo que no había podido encontrar otro sitio peor”. Cuando tenía necesidad de dinero, se dirigía a sus amigos diciéndoles que no lo pedía como regalo si no como restitución”.[5]

“…en cierta ocasión, mientras Diógenes tomaba el sol, se le acercó el gran Alejandro, el hombre más poderoso de la tierra, y le dijo: ‘Pídeme lo que quieras’, a lo que Diógenes respondió: ‘No me tapes el sol’ (…)  Para estar satisfecho, le bastaba con el sol, que es la cosa más natural, a disposición de todos. Mejor dicho, le bastaba con la profunda convicción de la inutilidad de aquel poderío, dado que la felicidad procede del interior del hombre y no de fuera de él.”[6]




[1] ABBAGNANO, N. y VISALBERGHI,  A., Historia de la Pedagogía, Fondo de Cultura Económica, México, 2000, p. 67.
[2] REALE, G. y ANTISERI, D., Historia del Pensamiento filosófico y científico, Tomo I: Antigüedad y Edad Media, Editorial Herder, España, 2001, p. 207.
[3] Ibídem.
[4] Ibídem.
[5] Ibídem, p. 208.
[6] Ibidem.

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