lunes, 21 de diciembre de 2009

EVERETT REIMER, LA ESCUELA HA MUERTO (XII)

12    ESTRATEGIA PARA UNA REVOLUCIÓN PACÍFICA

 
Si bien parece que por lo menos ciertas formas de gobierno están mejor calculadas que otras para proteger a los individuos en el libre ejercicio de sus derechos naturales ―y al mismo tiempo mejor aseguradas contra la degeneración―, sin embargo la experiencia nos ha demostrado que, incluso bajo las mejores formas, aquellos encargados del poder lo han pervertido, a su tiempo y mediante lentas operaciones, hasta convertirlo en tiranía; y es creencia que la manera más eficaz de prevenir que ello suceda sería ilustrar, tanto como sea practicable, las mentes del pueblo, y, más especialmente, darles conocimiento de los hechos que la historia exhibe, de modo que, provistos de la experiencia de otras épocas y países, también se les pueda permitir a ellos que conozcan la ambición en todas sus formas, y se apronten a ejercer sus poderes naturales para derrotarla.

THOMAS JEFFERSON
Proyecto de ley para una difusión más amplia del conocimiento



    La estrategia para el reemplazo de las escuelas mediante el acceso de todos a los recursos educativos implica la formulación de demandas específicas, la declaración de los objetivos generales que justifican esas demandas, y la formulación de un plan general de acción para que se acepten esas demandas y se alcancen esos objetivos.
     Las demandas que tienen por objeto la justa aplicación de las leyes existentes son mucho más fácilmente apremiables que los programas legislativos, debiéndose emplear como cuñas iniciales. En algunas partes de Estados Unidos el programa federal de lucha contra la pobreza ha dado a los pobres acceso a los tribunales y esas personas no se han dormido en tomar la delantera. Abogados pagados por el Estado han obtenido para un número de clientes en aumento derechos de seguridad social, de inquilinato y otros derechos civiles. Ciertos tipos de acción en pro de la desescolarización tienen ya una larga historia, especialmente las objeciones legales que las sectas religiosas disidentes interpusieron a la escolarización obligatoria. En épocas más recientes, las objeciones se han basado en principios no religiosos, incluyendo el argumento de que los niños no reciben la educación que las escuelas dicen ofrecer. También se ha dado entrada a litigios que exigen una repartición equitativa de los recursos destinados a la educación, basándose en la promesa de igual protección de las leyes contenida en la décimo cuarta enmienda a la constitución de Estados Unidos. Recientemente, la Suprema Corte de Justicia estadounidense denegó a los patronos la imposición de requisitos educativos a los candidatos a una promoción laboral, a menos de demostrarse que dichos requisitos estuviesen vinculados específicamente con el trabajo.
     Nesitamos una legislación que establezca un paralelo con la primera enmienda a la Constitución de Estados Unidos, la cual prohíbe cualquier ler en lo que respecta al «establecimiento de una religión». El monopolio institucional de las escuelas, especialmente el ejercido por el Estado, encierra todos los males de una Iglesia estatal, a más del hecho de que algunas veces se pretende que un sistema escolar laico es neutral en lo que toca a los valores esenciales. Puesto que tal pretensión es obvio que no tiene sentido, la defensa de un sistema escolar nacional recae en las necesidades y prerrogativas arbitrarias del Estado. Pero ello implica una contradicción con la teoría democrática, según la cual el Estado debe ser el instrumento y no el moldeador de sus ciudadanos.
     En la actualidad la escuela ha llegado a ser más poderosa que la misma Iglesia en la Edad Media. La carrera, y por lo tanto la vida, de un individuo depende de su éxito en la escuela. Si no asiste a ella, la ley lo convierte en un criminal. El individuo está mucho más sujeto a la influencia de la escuela de lo que el individuo de la Edad Media lo estuvo jamás con respecto a la Iglesia. El caso en pro de la prohibición del monopolio educativo es mucho más fuerte que el caso en contra de una Iglesia estatal, la cual en épocas de crisis podía oponerse al Estado invocando que su posición se basaba en la autoridad divina. La pretensión comparable a favor de la libertad académica es relativamente débil. Las Iglesias decadentes se opusieron mucho mejor a los nazis y a los fascistas que las universidades en la plenitud de su poder. La escuela es un instrumento del Estado y crea la subordinación a él.

     Paralelamente a la prohibición de una escuela establecida, necesitamos una extensión de las leyes antidiscriminatorias, de manera que incluyan a la escolarización. Debemos prohibir el favoritismo basado en la escolarización, de la misma manera y por las mismas razones que se prohibe aquel basado en la raza o la religión. El dónde y cómo haya sido educada una persona es tan irrelevante con respecto a la capacidad para hacer un trabajo como lo son la raza y la religión. Todos los aspectos afectivos del desempeño de un trabajo, que puedan interesarle al patrón pero sobre los cuales la ley se ha pronunciado, no son de su incumbencia legítima. Tampoco lo es la escuela a la que asistió el solicitante del empleo, o el hecho de que no haya asistido a ninguna, con tal de que pueda demostrar su capacidad para efectuar el trabajo. Estamos tan acostumbrados a las escuelas que esa afirmación puede parecer extraña. Su lógica es sencilla, sin embargo. En la actualidad reservamos los empleos mejor pagados para aquellas personas cuyo entrenamiento ha costado más. Si la escolarización fuera financiada privadamente eso se podría justificar superficialmente en términos éticos, pero su propia economía seguiría siendo ridícula. El público ha sido realmente escolarizado hasta el extremo de creer que un artículo más caro debe ser mejor, pero los economistas explican esto mediante la suposición de la competencia de precios entre los abastecedores. Las escuelas tienen exactamente el tipo opuesto de competencia. La misma Universidad de Harvard se haría sospechosa si fuera barata.

     Para igualar las oportunidades educativas tendríamos que distribuir los recursos educativos en razón inversa al privilegio actual. El argumento que se opone a tal política sostiene que con ellos se gastaría la mayor parte del dinero en quienes tienen menos aptitudes y que la educación total resultante sería mínima. Este argumento es rebatible, puesto que los juicios acerca de la aptitud se basan en el éxito dentro de un sistema escolar que discrimina a los pobres, pero en última instancia dicho argumento no tiene validez cuando llega el momento de decidir un asunto político. Mucha gente cree que los recursos públicos se distribuyen equitativamente, o que así debiera ser por lo menos. Una ley que requiera el reparto equitativo de los recursos educativos públicos es por lo tanto el tercer ítem de un programa legislativo. La única manera viable de poner en vigor dicha ley es mediante el establecimiento de cuentas educativas personales.
     Las tres leyes mencionadas acabarían eficazmente con el monopolio que el sistema escolar ejerce sobre la educación. Sin embargo no impedirían el desarrollo de un nuevo monopolio. Con la creación de un mercado educativo abrirían el camino a las instituciones económicas ya existentes, las cuales fácilmente podrían aprovecharse de su poder y establecer un nuevo monopolio de recursos educativos.
     El cuarto requisito sería por lo tanto la extensión de las actuales leyes antimonopolistas hasta cubrir el campo de la educación, y la puesta en vigor efectiva de las leyes antimonopolistas en general. Como dichas leyes son en la actualidad relativamente ineficaces en otros campos, este último requisito está lejos de ser mera rutina.
     Las demandas políticas que, de ser aceptadas, tendrían como resultados cambios revolucionarios sociales no se formulan con la esperanza de que reciban una inmediata aceptación sino con el fin de crear un situación revolucionaria. La exigencia de la puesta en vigor efectiva de las leyes antimonopolistas ilustra mejor lo antedicho que la exigencia de la prohibición del monopolio escolar. Es concebible que en algún sitio la única demanda dé por resultado consecuencias revolucionarias inmediatas, puesto que no son las escuelas como tales las que permiten que el privilegio y el poder continúen siendo monopolizados, sino que se debe a un monopolio de la ilustración acerca de los hechos relevantes del poder y el privilegio. Ese es el verdadero asunto. El daño político que causan las escuelas radica en que ofrecen la oportunidad educativa únicamente más o menos de acuerdo con el privilegio existente, en tanto que aparentan la creencia contraria.
     El compromiso con el cambio revolucionario no se puede basar enteramente en el reconocimiento de los males existentes. También es necesaria la creencia de que el cambio mejorará las cosas. En tanto que las alternativas a las escuelas han sido bastante bien delineadas, los principios generales de la futura sociedad en la que dichas alternativas operarían sólo han sido sugeridos de manera esquemática. No se puede hacer mucho más en el contexto de un libro dedicado a la educación, pero los párrafos siguientes indican muy brevemente las premisas sobre las que predico mi utopía.
     Definir la libertad en su sentido más claro y acaso más completo como libertad de, en lugar de libertad para, lleva a definir valores básicos y proposiciones factuales en términos especialmente negativos. El problema se convierte, como dice Paul Goodman, no en qué haremos sino en qué toleraremos. Las filosofías que afirman en términos positivos qué es y qué debiera ser, parecen conducir al constreñimiento de un ser humano por otro ser humano, a la imposición de la ilustración sobre los gentiles. Una filosofía basada en el derecho a la máxima libertad frente al constreñimiento humano comienza por negar el derecho de cualquier hombre a imponer la verdad o la virtud a otro.
     Las implicaciones de tal filosofía de la libertad son de largo alcance. Incluyen, por ejemplo, la negación del derecho a monopolizar cualquier cosa que otros hombres necesiten, puesto que tal monopolio es, y ha sido siempre, empleado para constreñir la libertad de la persona. Las necesidades no pueden ser además definidas restrictivamente como aquellas cosas necesarias de inmediato para sustentar la vida. La negación de la información, por ejemplo, induce a negar el aire puro, el agua pura, y los alimentos nutritivos.
     Una filosofía social y educativa que se base en la proscripción, en lugar de basarse en los valores positivos, puede parecer que contradice tanto a la tradición cristiana como a la liberal. Creo que ambas han sido traicionadas. Jesús dijo: «He venido a cumplir la ley», y la ley mosaica, en lo que respecta a asuntos humanos, fue escrita en términos de negaciones. Lo que enseño Jesús fue sencillamente que seres humanos falibles sólo pueden cumplir las leyes llegando con los demás hasta las últimas consecuencias. Al ser ésta una doctrina incómoda, se hizo girar ciento ochenta grados la tarea de cuidar del hermano. De ese modo se pasó de luchar junto a él hasta el fin a forzarlo ―para su propio bien― a que siga el camino de uno; o el de Dios, según se interprete. El liberalismo ha sido aún más patentemente pervertido. Comenzó siendo una doctrina de libertad ante el constreñimiento por parte de los demás. Se ha convertido en la alimentación forzada de personas despojadas de alimentos. Los programas actuales que preconizan el bienestar social son intentos obvios de hallar sustitutos baratos a la justicia. Devolvemos al pobre sólo una porción de lo que le quitamos mediante las prácticas monopolistas, muchas de las cuales son verdaderas violaciones de leyes que no están en vigor pero que existen.
     La libertad definida negativamente no se opone, tal como puede parecer superficialmente, a la plena y total realización de una vida sana. Sólo se opone a forzar cualquier concepto de tal vida a quienes no lo comparten. De hecho, la libertad negativamente definida provee la única base universal para una cooperación positiva. No existe ninguna otra manera de garantizar a cada ser humano la oportunidad de reunirse con otros en cualquier tipo de cooperación que no niegue iguales oportunidades a los demás.
     Un mundo que va a ser forjado por las propias personas, y no por otros para ellas, es un mundo que no se puede recibir como un legado. Eso descarta la revolución política como medio para alcanzar un mundo tal, porque la revolución política implica la toma del poder concentrado. A menudo se ha tomado el poder utilizando el pretexto de que sería distribuido, cosa que nunca sucedió. Cuando se progresa hacia un mundo libre y justo no se puede tomar el poder; el poder debe ser destruido, o mejor aún «dispersado»; puesto que la destrucción implica violencia y la violencia invita a la represalia. Desde luego es imposible que exista un mundo absolutamente carente de poder, pero se puede descentralizar gradualmente el poder y controlar cuidadosamente las concentraciones del mismo que sena necesarias.
     Las teorías de la revolución política proporcionan cierta base para una teoría más general de la revolución institucional, pero se necesitan importantes revisiones y adiciones. Las instituciones políticas se diferencian de todas las demás por la prioridad que otorgan al uso de la violencia. En los asuntos políticos la ideología y la racionalización tienden a estar subordinadas al poder y la violencia. En el caso de las otras instituciones ―incluidas las propias instituciones religiosas―, ideología y racionalización son relativamente más importantes. Esto puede no ser siempre aparente en los días postreros de las instituciones decadentes apoyadas por el poder desnudo. Pero no deja de ser cierto que la gente elige sus mercados, sus escuelas, sus hospitales y sus transportes un poco menos ciegamente y considerando un poco más los costos y los beneficios ―incluyendo el apego sentimental― de cómo elige y defiende su ciudadanía. Los cambios en las instituciones no políticas están sujetos superficialmente por lo menos a la discusión racional. A veces hay cambios principales en las instituciones no políticas que se llevan a cabo sin violencia, a pesar de que eso podría no suceder si la llamada violencia legítima no fuera un monopolio de las instituciones políticas., De cualquier modo es concebible que en las instituciones no políticas pudieran tener lugar cambios revolucionarios sin violencia, cambios que pudieran ser semirracionales y estar afectados por el análisis, la investigación y la polémica. La socialización en los países escandinavos y en Gran Bretaña, así como la formación del Mercado Común Europeo, son ejemplos de cambios que han tenido lugar dentro de una paz relativa, aunque ciertamente no sin la presión y la amenaza de la violencia.
     Para encontrar ideas vale la pena observar las revoluciones científicas y las religiosas. En las ciencias maduras hay una teoría principal que controla la investigación y la enseñanza en ese campo, hasta que las deficiencias de esa teoría son gradualmente más y más ampliamente reconocidas, ya no satisface un conjunto de requisitos que se le impone, siendo finalmente desplazada por un rival con más éxito. Es fácil identificar las condiciones necesarias para este tipo de cambio pacífico. Hay un lenguaje común que los miembros de una rama científica emplean y entienden conjuntamente. Existe una comunicación regular entre los hombres de ciencia. Hay una apelación de última instancia, o sea la evidencia empírica ejecutada en condiciones controladas y publicadas. Y por último existen cánones de la razón y la lógica con los que se está de acuerdo. Es difícil que dichas condiciones se puedan alcanzar fuera de las ciencias maduras, pero proporcionan estándares útiles a los que de hecho se aproximaron a los ejemplos de cambio institucional antes citados. El reciente libro de Thomas Kuhn y la controversia que ha desatado demuestran que en la transcripción anterior las propias revoluciones científicas han sido ampliamente idealizadas. Sin embargo, tienen lugar sin gran violencia y dentro de una aparente racionalidad, por lo menos después del hecho.
     Las revoluciones religiosas no han sido tan generalmente pacíficas, pero algunas de ellas lo fueron: por ejemplo la expansión del budismo, de la Teosofía y de algunas fes más militantes en ciertas partes del mundo. Nuevas fes religiosas han barrido con gran rapidez grandes áreas teniendo algo en común: las condiciones bajo las cuales esto ha sucedido ―tanto entre sí como con respecto a las condiciones en las que se dieron las revoluciones científicas. Siempre ha habido arrasadores cambios religiosos en pueblos que viven en la miseria, en condiciones sociales de deterioro que conducen a la desilusión y a la desesperación. La otra condición para su aparición ha sido una nueva revelación de la verdad, poderosa y atractiva. A veces, pero no siempre, esa nueva verdad ha sido proclamada por líderes carismáticos y por sus discípulos. Como en el caso de la ciencia, una revolución religiosa necesita de ciertas condiciones: un lenguaje común o traducción, comunicación y estándares de razón y lógica comúnmente aceptados. Los estándares lógicos no son, por supuesto, los mismos de la ciencia, siendo distinto el examen final de la verdad. La piedra fundamental no es la evidencia para los sentidos sino la evidencia para las emociones. Se deben satisfacer necesidades muy profundas. Así y todo, los paralelos entre la conversión científica y la religiosa son mucho más impresionantes que sus diferencias. Las revoluciones religiosas también pueden encerrar lecciones para una teoría de la revolución institucional.
     Los anales de la propia violencia respaldan la idea de que la violencia no necesita ir acompañada del cambio. La historia militar está repleta de batallas que nunca han tenido lugar debido a que uno de los dos lados tenía una preponderancia de poder demostrable. Por lo común, aunque no siempre, ése era el lado que comenzó con más poder. Una revolución pacífica no es aquella en la cual los detentadores del poder se rinden mansamente. Esa es una verdadera insensatez romántica. Una revolución pacífica es aquella en la cual los detentadores nominales del poder descubren que lo han perdido antes de comenzar a luchar.
     No hay garantía de que una revolución de las instituciones pueda tener lugar pacíficamente. Sólo existe una esperanza, y no necesariamente muy buena. El carácter pacífico de la revolución no es, sin embargo, la única consideración. En parte, es importante debido a su relación crítica con un criterio que tiene aún más importancia: que la revolución sea efectiva, que logre sus propósitos. La historia de la revolución política es una historia de traiciones, tanto de los idealistas que ayudaron a crear las condiciones para ella como, y más aún, del pueblo en cuyo nombre tuvo lugar y que fue quien llevó a cabo los mayores sacrificios. La revolución tendrá como resultado aquellos cambios positivos que se hallen en curso cuando se de el estallido revolucionario. Y tanto mejor si consiste sólo en esos cambios.



1 comentario:

  1. Excelente aporte, sin embargo faltan 3 capítulos que son los que más me interesan...

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